«Desde que tengo niños chicos me despierto muy temprano todos los días, sin distinción. Así que la única diferencia – los sábados en la Liga San José – es meter a los niños al auto en vez de ir a dejarlos al jardín. Ellos van súper conscientes y entusiasmados de que van a la liga, a ver al papá jugar fútbol, con sus poleras de Colon bien uniformados. No los puedo llevar todo lo que quisiera porque necesito a alguien que los cuide mientras juego, y porque me gusta quedarme todo el día para ver a las otras categorías de Colon, y eso a veces no me lo aguantan. Son muy chicos todavía. Roma tiene 3 y medio, Galio acaba de cumplir 2. Ojalá jugaran los dos en Colon algún día. Ninguna institución tiene garantizada su permanencia en el tiempo pero Colón hace la pega por trascender generaciones. Muchos de los junior no habían nacido cuando fundamos el equipo. Y estoy seguro que habrá una rama femenina prontamente. Sería raro que la liga no se pusiera a tono con los tiempos y la equidad de género. Pero tampoco les voy a imponer nada, no me gustan los padres que le meten a la fuerza a sus hijos el equipo de sus amores. Ellos tendrán que enamorarse solos.
Por lo general, uno se comporta en la cancha como se comporta en la vida. En mi caso, juego fuerte pero juego limpio. Me importa menos el resultado que la forma en que se consigue. Si ellos – mis hijos – abrazan esos valores a través del fútbol o del deporte en general, misión cumplida. Como les contaba, el sábado en la Liga San José es mi santuario personal; pero Colon también es testimonio exitoso de un proyecto colectivo. Quiero que mis hijos aprendan desde chicos la importancia de los proyectos colectivos».